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Francisco J. Mandiola C.
Escríbeme al mail: fmandiola@mujeropina.cl

Iso 9001 Y Las Patentes De Alcoholes ¿La Última Pelicula De Spielberg?
Los Fundamentalistas Verdes
El Bombero
La Chaqueta De Chef
Ubicación, Ubicación, Ubicación

Iso 9001 Y Las Patentes De Alcoholes ¿La Última Pelicula De Spielberg?

Para muchos pareciera que la ISO 9001 es una película inédita de Steven Spielberg. Otros saben que estas normas son básicas para la buena gestión de sus restaurantes y la miran con desprecio. Satisfacer al cliente es un detalle menor para ellos. Vender es su misión y poco importa si el cliente se va satisfecho o no del lugar. Y restaurantes que no tienen gestión de calidad alguna son muchos. Bastantes más de lo que podemos imaginar. ¿Qué la carne se está descomponiendo? Echémosle para adelante no más. Con un tarrito de crema ni se notará. En estos tiempos no se puede perder nada.

Y junto a la mala gestión empresarial regresamos al tema de las patentes de alcoholes (dos buenas ideas para Spielberg). Boliches de mala muerte las tienen a perpetuidad, mientras grandes (y serios) proyectos gastronómicos sufren lo indecible por lograr vender alcoholes en sus nuevos establecimientos. La municipalidad y el concejo es el amo de los permisos y a pesar que si bien en un comienzo autorizan la construcción de determinado restaurante, otra cosa es entregar las patentes respectivas. ¿De Ripley?

El sistema ya no sirve y hay que modificarlo. Pero para ello se requiere cohesión y fuerza para cambiar una ley que se contrapone al desarrollo turístico del país. En tiempos de cambio de autoridades buena idea sería poner estos temas en el tapete para tratar de encontrar soluciones acorde al siglo que vivimos. Rascárselas con las propias uñas tampoco es bueno. Se necesitan gremios fuertes, reglas claras y no criterios personales. Así no se avanza.

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LOS FUNDAMENTALISTAS VERDES

Lo verde está de moda. O más bien dicho hay muchos adeptos a este nuevo mundo orgánico. Se usa y abusa del concepto. Gusta ya que es fashion. Sin embargo es más fácil hacerse fan que entender los motivos científicos del consumo de productos alimenticios sometidos a la agricultura orgánica o la tradicional. Para muchos es comer sano, no meterse en el cuerpo los químicos que habitualmente se recurre para tener mejores cosechas y productividad. Es exclusivo, y por lógica, caro. Bastante más que el producto contaminado (entre cremillas) con fitosanitarios. Sin embargo, sus fanáticos seguidores no dudan tomarse una aspirina o dos paracetamoles cuando apenas les duele algo y no les falta el diazepam para las noches de insomnio ni el omeprazol después de una buena y calórica ingesta. O sea, otros químicos.

No cabe duda que un tomate sacado de una chacra de la cuarta región en febrero es infinitamente más sabroso que el producido para los supermercados. Y que los zapallos italianos y las berenjenas que crecen con aguas de la acequia son más apetitosos y firmes que los que se compran en las ferias de la capital. Pero eso no es cultura orgánica. Eso es aprovechar la temporada para disfrutar de productos recién sacados de la tierra. No estoy en contra de los apasionados de la cultura verde, sin embargo deberíamos dejar esta tendencia dentro de las categorías de la política, la religión y el fútbol. Todos tenemos diferencias y nunca nos pondremos de acuerdo. No estoy ni a favor ni en contra de este modelo. La comida orgánica es una opción, no una ciencia ya que los expertos aun no se ponen totalmente de acuerdo de sus beneficios. A la larga… cada uno con su tema. Como dicen por ahí, para gustos los colores, y para los colores los sabores.

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EL BOMBERO
¿Cuándo se comienzan a escribir las memorias? ¿Cuál es la razón de dejar un legado después de este fugaz paso por la vida?
Dos preguntas que me hicieron retroceder algunos años para contarles que quería ser tenista. Y de tenista a cocinero hay un mundo enorme de diferencias aunque sólo tienen una cosa en común. 24 horas al día y siete días a la semana.

Ambas profesiones son demandantes. Una lesión en la rodilla me dejó fuera de los circuitos de arcilla y cemento. Ahí me decidí por la gastronomía, quizá por el hecho de ser demandantes y dependen sólo de uno. Tuve la suerte de viajar a los Estados Unidos y conocer una realidad distinta trabajando con distintos chefs que me enseñaron que en esto “o se era bueno, o no servías para nada”. Eso de ser del montón, no aplica con los cocineros… ni con los tenistas.

Regresé a Chile lleno de expectativas, pensando en grandes restaurantes de lujo y yo pavoneándome en la puerta de la cocina mientras los clientes me llenaban de alabanzas. Sinceramente había crecido en lo profesional, pero en lo emocional aun me faltaba la experiencia chilena.

Recién llegado post Twin towers, me contrataron altiro en un pequeño Restaurant en el paseo El Mañío llamado Cote Fromage, la fama llegó rápido y las tonteras también, por distintos motivos me fui al cabo de un poco más de un año, ese mismo lugar luego dio paso al Conchas Negras, restaurant que ganó su prestigio también rápido y lo perdió también de la misma manera, vuelvo de nuevo y lo reposiciono pero el resultado de esa aventura duró poco ya que eran muchos los socios y el techo para mí era real, sentí que ya no tenía nada que hacer ahí, al mismo tiempo me ofrecen Dominga, un restaurante nuevo del Parque Arauco, que tenía todas las intenciones de satisfacer mis necesidades, pero no, un fracaso aunque estaba seguro que los problemas no provenían de la cocina sino de su emplazamiento.
Lo encontré nuevamente en el Paseo El Mañío y fue una linda experiencia. Baobab se llamó y vivió tiempos felices hasta que los vecinos del barrio le hicieron la guerra. Ahí comencé a expresar mis conocimientos y mis clientes salían satisfechos del lugar. Pero el negocio gastronómico depende de especialistas en la materia y los propietarios del Baobab querían ingresos (y números azules) desde el primer día, lo que hizo muy difícil la relación entre ambas partes. Aunque no lo crean, volví a la cesantía, esa desesperante y desgastadora.

Tengo amigos que me dicen que soy un bombero que apaga incendios. Y de eso ya estaba aburrido pero era la única opción que tenía viviendo en Santiago. Pensé emigrar nuevamente a los Estados Unidos, pero me contuve y me concentré en buscar un nuevo lugar.
Meses después, el bombero llegó a apagar otro incendio. Una tremenda inversión en Isidora Goyenechea de nombre Oporto cuyos propietarios son los hermanos Pubill. Allí crecí y perdí el miedo escénico. Y ahí llegué a la conclusión que estaba para grandes proyectos.

Un día, almorzando con Carlos Meyer, propietario del Europeo, me cuenta que está cansado de trabajar y que desea vender el negocio. No era necesario mirar mi cuenta en el banco para saber que era imposible hacerme cargo del mejor restaurante del país. Ese fue mi propio incendio y necesitaba que alguien financiara esta operación. Estuvimos un año en conversaciones y desde hace unos meses soy socio y chef de este gran restaurante.

El sueño de estar en el auge de la gastronomía, no es gratis: duermo poco y mal: no tengo días libres y trabajo a la hora en que todos se divierten. Haber sido escogido como el mejor restaurante nuevo por la revista Wikén y estar entre los diez mejores de Chile en la última Guía 100 de La Cav, me compromete a seguir trabajando y nunca decaer. Apague bastantes incendios para llegar a esta posición, y si bien es tremendamente sacrificada, fue mi opción. Y eso me tiene contento y feliz.

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Francisco J. Mandiola C.