Este domingo será otra ocasión más que tendremos de escuchar a Mahani tocar el piano. ¿Pero cuál es la diferencia entre imprimir fuerza sobre la tecla correcta, que coincide con la nota en el pentagrama y escuchar interpretar esos sonidos traslúcidos, que sobrecogen, cuando es Mahani?
Quiero escribir desde lo más profundo de una amiga que, siguiendo un sueño y dejando atrás una infancia dolorosa, desembarca en el continente en un lugar escogido con el amor de su madre: Valdivia, un espacio donde la geografía, la espesura de los bosques en su variada gama de verdes, se unen en una ecuación perfecta con los turquesas del cielo y cobaltos del mar. Un lugar lleno de magia pensado en una niña de 9 años. Allí Mahani comienza sus estudios formales, los que seguirán en Cleveland, Estados Unidos y concluirán en Berlín, Alemania, como intérprete en piano.
Todos estos años que cruzan la niñez, la adolescencia y la madurez, van forjando su carácter y dejando una impronta indeleble en su expresión artística. Son años en que si bien cosecha logros y reconocimientos, la niña necesita de la madre, la adolescente de comprensión, contención y amor. No es fácil pero debe seguir y así lo hace, pues su alma es una roca volcánica, materia ígnea, que ni el viento ni las olas pueden erosionar. Su corazón permanece puro, primitivo, indómito, como en los orígenes, como en el tiempo en que sus ancestros levantaron sus monumentos de piedra, y fuera de las fuerzas de la naturaleza, no había llegado el hombre esgrimiendo superioridad y civilización, a devastar su cultura, con la prepotencia de quien ejerce el poder escindido de la razón.
Basta con buscar en la Internet para acceder a información sobre lo que ha sido su carrera de pianista: datos, fechas, maestros, escuelas, conciertos, escenarios, etc., pero a través de la tecnología no logramos dar con la esencia, con lo verdadero, con lo que queda cuando aparece en escena: alta, delgada, frágil, sencilla, sonriendo con sus mirada, danzando con sus largos cabellos, la gracia de sus movimientos, todo lo que nos dice que ella es de una raza acostumbrada al viento, al mar, a la celebración de la vida, al asombro por la vida; entonces, cuando pone sus manos sobre el marfil de las teclas, un sonido inunda el espacio, un sonido que disocia la fragilidad de su figura con la fuerza que imprime en su expresión artística.
En escena está la niña que debe dejar su pequeña isla, la adolescente que se debate por ser pianista y escudriñar el universo, la mujer que busca ser verdadera, consecuente y permanecer lo más fiel posible a sí misma, en un dialogo amoroso con su piano, compañero inseparable, que conoce por la presión de sus teclas, si está cansada, si su alma llora, o si la alegría se derrama por sus dedos.
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Han transcurrido siglos de historia en que el protagonismo ha prevalecido para los hombres y, como reflexiona la Mistral, “hemos condescendido con los hombres, sujetando nuestros impulsos”, lo que al final nos deja sin hacer o haciendo mal, y yo añadiría a ello, buscando aprobación, sintiendo culpabilidad, relegando nuestro tiempo, deteniendo lo mucho que es vivir, permaneciendo en el miedo, en las sombras, cuando por el hecho de ser personas, tenemos derecho de ser, amar, soñar, construir, aprovechar intensa y profundamente este espacio, lato o breve, entre el nacer y el dejar de existir. Así lo hizo, a pesar de su época, de las costumbres, política, sociedad y religión, una mujer que se atrevió a desafiar lo establecido, en uno de los momentos históricos más cruentos que ha vivido la humanidad en la Argentina, me refiero al gobierno de Juan Manuel de Rosas, una de las más atroces dictaduras de las que se tiene relato histórico y novelado.
La protagonista es una joven de 23 años: Camila, hija de una distinguida familia bonaerense, descendiente de irlandeses, franceses y españoles: los O´Gorman. Como toda joven de la época post colonial, -nace en 1825-, fue educada para ser esposa y madre, pues era el “estado” natural al que se debía aspirar por género, siendo el convento la vía alternativa para no generar un “caos social”. El pecado de esta joven consistió en tener el valor de concretar con libertad de elección lo que su corazón y razonamiento le dictaban, es así como a los 18 años, se enamoró de un sacerdote jesuita, Ladislao Gutiérrez, compañero de seminario de su hermano y sobrino del Gobernador de la provincia de Tucumán. Entre las tertulias en su casa y los oficios litúrgicos, vivieron clandestinamente, un amor contra toda lógica y aprobación.
Esta página de la historia, fue llevada a la pantalla grande por la cineasta argentina María Luisa Bemberg y a las letras por varios autores, entre los que destaco a Agustín Pérez Pardella, quien con una impronta de quien conoce y se pasea por su historia patria, da cuenta de un tiempo y costumbres, en un detallado relato que convoca los caracteres de los personajes que arman este cuadro de época: la madre y esposa, que obedece al marido pero es firme y decidida en el amor incondicional a los hijos, la amante que sirve los deseos de un desquiciado Dictador, las esclavas como segundas madres y confidentes de las niñas de sociedad, el padre de familia, un hombre altivo, orgulloso cuya mayor preocupación es la honra de su apellido por sobre la vida de su hija, soldados empoderados hasta la costumbre de matar sin escrúpulos, sacerdotes que se acomodan en su posición eclesiástica hasta la cobardía, etc., es así, como en medio de este paisaje caluroso de una tarde de diciembre de 1847, cuando todos duermen la siesta obligada por la canícula, Camila, dejando todo por el sentido último de su vida, huye con Ladislao, en un intento por vivir lo que les dicta la lógica: están profundamente enamorados y no hay otra manera de enfrentar esta situación, a menos que el miedo los detuviera, a menos que renunciaran, a menos que condescendieran con las normas establecidas, pero ¿son estos verbos que se puedan conjugar con la palabra “amor”? Para los que conocen esta palabra, la han hecho vida, la sienten en la carne y en los huesos, definitivamente no.
El resto de la historia, que son las consecuencias de los actos, es por muchos conocida: días de viaje, cruzar el Paraná, llegar a provincia y establecerse en Goya, el último reducto donde llegaría la justicia, ya que no solo el Gobierno encabezado por Rosas pide la captura de estos amantes que contravienen toda regla de moral, sino que es el padre, enceguecido, enajenado, quien conmina y apoya a la máxima autoridad, sabiendo la única verdad que le aguarda a su propia sangre.
En conmovedoras páginas y escenas, Pérez Pardella y María Luisa, esbozan, no solo la pasión que concretan los enamorados, sino también, como son descubiertos tras ocho meses de convivencia en que lograron con nombres falsos: Máximo y Valentina, hacer una vida que conoció la felicidad de alcanzar la libertad de elección personal.
Los hechos relata como fueron apresados y devueltos a dar cuentas de esta escandalosa situación que remeció a la sociedad de Buenos Aires, y que alcanzó a toda América Latina, a través de las noticias publicadas en los periódicos que llegaban a los puertos con desfase de meses. Camila llevaba un hijo en su vientre, pudo más la deshonra que le significó a Adolfo O´Gorman y el desacato a la autoridad de Rosas, quien autorizó el desvío de la caravana hacia Santos Lugares, donde fueron fusilados sin lograr que el miedo los obligara a declarar en falso por una vida sin sentido.
“A tu lado siempre, Camila”, fueron las últimas palabras que escuchó de Ladislao, antes de que las balas atravesaran su pecho y su vientre, los dos espacios de su cuerpo, con que logró hacer vida lo que ella soñó y en lo que creyó en su libertad personal. Hubo un tiro de gracia que estoy cierta debió haber atravesado sus sienes, ese espacio que guarda la lógica, la reflexión, ese espacio que me trae a la memoria las palabras de Blas Pascal y que hace años atrás, cuando me regalaron esta película y fui a verla con un “enorme y anacrónico paraguas negro” bajo una intensa lluvia en Santiago, aún no comprendía: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.
Camila - 1984, Argentina. María Luisa Bemberg.
Camila O’Gorman - Agustín Pérez Pardella. 1985, Bruguera.
El Mercurio de Valparaíso, 3 de marzo de 1848
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